“No sin buen fundamento el hecho de mamar el niño del pecho de su madre se vuelve paradigmático para todo vínculo de amor”[1].
Freud da en sus Tres ensayos una definición del amor que lo sitúa fuera del tiempo ya que encuentra su prototipo en el niño de pecho. Una figura así es atemporal porque es desde siempre, es decir eterna o incluso, estructural. Lejos de depender del azar de los encuentros, de alguna historieta, surge en un lugar que no conoce ningún verdadero evento porque se funda en un estaba escrito[2]. El niño de pecho no se inscribe en las sorpresas del tiempo que pasa, sino más bien en la eternidad donde se une al Cristo en la cruz en la misma adoración. De hecho, la pintura cristiana ha unido las dos figuras en la misma iconografía, indefinidamente repetida durante varios siglos. Este modelo, verdadera imagen indeleble, ilustra también una definición del amor, que J.-A. Miller califica de chocante, ya que es un amor que no se dirige a nadie, sino solamente a un objeto[3].
Este objeto es extraño en más de un sentido. Lacan lo ubica en primer lugar como perteneciente al propio cuerpo del niño, situando el corte entre este objeto y la madre. Basa este comentario en lo que él llama la organización mamífera donde el niño es una especie de parásito. Como el feto se desarrolla primero dentro de un huevo, que luego se convierte en la placenta, se deduce lógicamente que niño y placenta constituyen juntos una primera unidad. Por lo tanto, durante el parto el niño no se separará tanto del cuerpo de su madre como de sus envolturas, y el destete, o sea la pérdida del objeto, comienza con el nacimiento. Siendo la relación del niño con la mama o el seno homóloga a su relación con la placenta, Lacan deduce de ello que el seno es un órgano amboceptor pegado sobre el cuerpo de la madre, una forma de intermediario entre madre e hijo. Del lado de la madre, el corte se produce en otro lado, no entre ella y el niño, sino entre ella y este objeto caduco que constituye la placenta. En otras palabras, el objeto que está en causa entre ella y el niño no pertenece ni a uno ni al otro. Este desarrollo anatómico realizado por Lacan en las dos últimas partes de su Seminario La angustia, si bien puede ser inusual en su enseñanza, se ubica sin embargo bajo la égida del significante, de su lógica e incluso de su topología[4].
La extrañeza de este objeto se debe al hecho de que no se puede más tocar ni acariciar ya que, a causa de la castración, ha desaparecido. Freud lo califica como un objeto perdido y lógicamente comenta que el objeto nunca se descubre, sino que se redescubre. Entonces habrá cambiado de naturaleza ya que al sustituirse al objeto perdido solo puede ser un fetiche. Y vale recordar aquél que hemos perdido por el hecho mismo de hablar – mamar o hablar, hay que elegir. Éste se destaca entonces sobre fondo de castración y viene al lugar previamente destinado por – phi. Este objeto, que tiene más que ver con el erotismo que con la comida, le da así al amor un trasfondo de perversión en el sentido de que uno nunca ama en el Otro más que una pequeña parte de sí mismo. Esto lo demuestra claramente Philip Roth en su pequeña novela El Pecho, donde el narrador adoraba tanto, casi exclusivamente, este atributo en su compañera que se metamorfoseó él mismo en este objeto. Obviamente era un seno con estatuto particular ya que era también un pene, el narrador pidiendo constantemente a su compañera que lo usara como si fuera lo mismo. Si a ella, antes de su metamorfosis, no le gustaba la felación, fue sin embargo lo que él le pidió más que nunca cuando el glande fue reemplazado por un pezón gigantesco: “Quiero que lo haga todo el tiempo, que ella se dedique a esto a cada minuto que pasa a mi lado. No quiero más hablar con ella. No quiero más que me lea… Todo lo que quiero es que me apriete, me chupe y me lama. No puedo soportar que se detenga”[5]. ¡En este caso, el fetiche era, por tanto, el falo, que en sí mismo era el pene que no existe!
André Gide desarrolló el mismo tipo de pasión que el narrador de Roth, aunque el fetiche tenía un aspecto completamente diferente. Si su matrimonio fue un matrimonio blanco, Madeleine siendo tratada por él de un noli tangere radical, y si él no dejó nunca de satisfacerse con chicos de piel morena que ni piensan ni escriben, su pareja no se quedó por lo tanto sin libido. Esta se condesaba sobre todo en un objeto especial, las cartas que él no había parado de escribirle desde que se enamoró de ella cuando era adolescente. Reconocía en esto nada menos que a su hijo, la más bella correspondencia jamás escrita a una mujer, y permaneció inconsolable ante su destrucción por Madeleine cuando ella se dio cuenta de que él amaba por fuera de ella. Dedicó muchas páginas a su amor por ella, pero lo que más amaba era el objeto que le dirigía en cada una de sus ausencias. Era un objeto con el que cerraba el agujero del amor sin deseo, pero un objeto que ya no existía cuando hablaba de él en términos patéticos tras su destrucción. Fue con este objeto que él se comprometió con el amor para hacerlo algo más fuerte que el tiempo, apuntando entonces a la eternidad: “Nadie puede sospechar lo que es el amor de una persona uranista (homosexual)… algo embalsamado contra el tiempo”[6]. Era una definición del amor que bien valía otra porque estaba a la altura de lo que el amor, materno o no, implica, es decir, ser un desafío contra el tiempo: “Un amor que no se cree eterno es odioso”[7].
Traducción: Rosana Montani-Sedoud
Revisión: Itxaso Muro Usobiaga
Fotografìa : ©Jean Fouquet
[1] Freud, S., «Tres ensayos de una teoría sexual » in Obras completas, Tomo VII, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1993, p.203.
[2] Miller, J.-A., La erótica del tiempo y otros textos, Buenos Aires, Editorial Tres haches, 2001, p. 37.
[3] Miller, J.-A., Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2010, p. 40.
[4] Lacan, J., El Seminario, Libro 10, La Angustia, 1962-1963, Paidós, 2006, p.180-183 y 252-253.
[5] Roth, Ph., El pecho. Debolsillo 2007.
[6] Schlumberger, J. Madeleine et André Gide, Paris, Gallimard, 1956, p.193. Citado por Jacques Lacan en « Juventud de Gide o la letra y el deseo », en Escritos, tomo 2, Siglo XXI editores, Argentina,1987, p. 739-741.
[7] Stendhal citado por Jacques Alain Miller, in « Introducción à la erótica del tiempo », ibid.