En la Reseña del Seminario XIX, precisamente titulado, …o peor, Lacan hace del no uspeorar una cuestión de honor, no personal, sino del psicoanálisis como tal: yo no soy de los que se uspeoran. Se uspeora, para él, quien se hace arrastrar al Uno, aunque reitera que el “hay Uno”, es distinto. La deriva del todo, del absoluto, es el viraje que puede tomar hoy el discurso de la ciencia. Por ejemplo, en lo que concierne al Nombre del padre y la filiación. Por lo tanto, él, en 1972 se niega a uspeorarse, quiere mantener firmemente la alternativa a lo peor, o mejor dicho, las alternativas pueden ser tantas, como dejan entender los tres puntitos suspensivos que lo anteceden. Pero atención, descartar lo peor no es suspirar por el padre, prescindir de él a regañadientes. Evoco aquí el juego de palabras del mismo Lacan en esta Reseña, entre ou pire y s’oupire que hace asonancia con suspirar. El honor no es nostálgico, en este sentido, no se opone, tanto es así que no se trata de un ou pire alternativo al père, sino al decir. Los puntos suspensivos no reenvían a algo relacionado con la palabra sino a una sustitución literal: si sustituimos la p de pire (peor, en francés) obtenemos decir, idéntico en francés y en italiano. Vemos la valoración de la letra como descomposición radical del enunciado, así como de la significación.
El decir es la dimensión enunciativa, lugar vacío de la enunciación, dimensión que honra al psicoanálisis y frena el empuje contemporáneo que tiende a aplanar el decir sobre el dicho, o, peor, a aplanar el lugar vacío que Lacan considera en cambio, irrenunciable para el discurso analítico y para el sujeto, aplanarlo Unificándolo en lo real.
Si, por lo tanto, en 1972, nada impedía que el Nombre del padre, en plural y entre otras posibles respuestas, permitiera capitonear una deriva, un deslizamiento en línea recta, antiborromeo, hacia el Uno en su peor versión, la absoluta, un año después en Televisión, dice otra cosa: “De lo que perdura como pura pérdida o lo que no apuesta sino del padre a lo peor”[1].
Todo cambia, lo peor deviene una apuesta vehiculada – y no más esquivada – por el padre. Anteriormente Lacan se mantuvo firme en la importancia, irrenunciable para el psicoanálisis, del lugar vacío, lo que efectivamente lo honra y, con ella, honra al sujeto del inconsciente. El significante honor, tiene una referencia bastante inmediata al padre, y Lacan hace un uso a doble filo, como siempre, por supuesto: está el honor y contemporáneamente, su valor de semblante. No lo olvidemos. Las nuevas filiaciones abolen la versión de un padre, como parte constituyente del síntoma, subordinándolo, como da a entender Hélène Bonnaud en su presentación del Blog Pipol 10[2], a la primacía del padre espermático, suerte de nuevo Nombre del padre. La versión, père-version del goce paterno que ha modelado el devenir de la historización edípica del niño, se hace no esencial. ¿Qué ha pasado?
Propongo la hipótesis de que el Uno de la ciencia ha proporcionado la posibilidad de prescindir del padre tout court[3]sirviéndose de su letra, de la descomposición del nombre a la letra. Letra, sí, pero de la genética, letra del ADN. Se puede prescindir de él sirviéndose de la letra de la biología.
La filiación se carga de otro valor, una vez reducido el falso esencial: para hacer un hijo ya no se necesita un deseo sino una voluntad. Basta quererlo. Abolido el lugar vacío del deseo para la absolutización del querer, basta demandar lo que está a disposición, en el banco de esperma. Pero “la pérdida pura” de Televisión “perdura”, no se la puede abolir, se insinúa en un peor al que lleva hacia la apuesta de un padre que se resiste al propio más allá, a lo ilimitado de la pérdida que perdura. El padre, resistiendo a abrir al propio más allá, opta solo, dice Lacan, por la apuesta a lo peor. Hace que lo peor sufra una torsión, lo peor no es ya una alternativa al decir, sino que es introducido por un Nombre del padre cada vez más reducido a la célula germinal. Aquel que no ha jamás cesado de no escribirse, el real en juego en la relación entre los sexos, ahora, por la biología, se escribe como real probado de la paternidad, el ADN que la certifica.
Dos años después del Seminario XIX es un Nombre del padre que apuesta “solo” a lo peor. ¿Por qué? Creo que Lacan con esta frase concluyente de Televisión subraya, el perdurar de la pérdida, como otra forma de lugar vacío, que el Uno de la ciencia quisiera abolir.
Múltiples versiones de las nuevas familias, de los nuevos padres, de las nuevas madres, pululan, brotan y a su manera, que no es de las peores, rinden honor al psicoanálisis que, de lo peor de la ciencia, intenta hacer lo mejor de lo peor. Matrimonio combinado, el de la ciencia y el psicoanálisis hoy, pero de todos modos, se hace necesario inventar un modo de hacerle frente. Hacer con lo que en el discurso moderno propone la tiranía del Uno, y de las soledades modernas como erotización del prescindir, sirviéndose del partitivo “hay más que (hay de lo uno) uno”. Se descompleta así, el Uno de la biología, reintroduciendo la singularidad de las versiones, de las múltiples invenciones de la historia familiar, en las que el deseo puede aparecer après coup, retroactivamente luego de haberlo querido, desearlo.
Una nueva forma de deseo de hijo, genitivo objetivo/subjetivo, nueva porque reconstruye a partir del real y no ya del simbólico.
Me parece que podemos entender, así, lo peor como forma de voluntad de goce, en el lugar del deseo de un hijo, así colmado. Surge aquí la chance, que el perdurar de la pérdida anime a los sujetos a saber hacer con lo peor de la mera transmisión genética.
Traducción: Luciana Fracchia Sardi.
Revisión: Tomas Verger
Fotografía: ©Pascale Simonet – https://www.pascale-simonet.be/
[1] Jacques Lacan, Télévision, Seuil 1974, p.72
[2] Bonnaud H., « ¿Nombre-del-Padre? », in Blog Pipol 10, disponible aquí.
[3] En francés en el texto