“¿Qué lleva a Lacan hacia el objeto a? Un arrepentimiento-el de haber reducido a su significante fálico, mediante una suerte de golpe de timón, lo que del sujeto queda vivo.» Jacques-Alain Miller [1]
Agradezco la invitación para aportar algunas impresiones relativas al tema que un título tan sugestivo evoca: ¿Querer un hijo? Desde ya se impone el tono de pregunta que el texto aporta, el cual no sólo interroga el objeto en cuestión, a saber: el hijo, sino también un cuestionamiento al verbo: querer. Es que este último pone el foco acerca desde qué posición alguien manifiesta su intención de proceder a la realización de las acciones necesarias al logro de tal objetivo. De Lacan hemos aprendido un uso de la lógica que no se condice con la versión más usual del texto aristotélico, a saber: el uso del universal y el particular como dos modalidades exhaustivas y excluyentes por el cual se afirma o se niega la conclusión.
Por el contrario, la operatoria analítica que propicia la contingencia privilegia el efecto de apertura de la interpretación, la verdad como alétheia, la intervención que conmueve el fantasma de manera que el acto cuente con alguna chance de advenir. De esta manera nos servimos de un uso no tan conocido de la lógica aristotélica que Lacan, sin embargo, menciona en su seminario “…ou pire”( 1971-1972) en el cual no por nada elabora sus fórmulas de la sexuación. En el mismo hace referencia a los Analíticos superiores en los cuales el Filósofo ubica la negación sobre el predicado en lugar de aplicarlo sobre la cópula. Es decir: cita la frase el hombre no es blanco a la que le opone el hombre es no blanco, párrafo que –dice Lacan- de manera sensible deja apreciar otras posibilidades de interpretación. Se trata de la misma lógica con la que Lacan afirma que la mujer es No Toda.
Bien, de la misma forma, para encarar estas líneas sobre el tema en cuestión, me gustaría entonces aplicar una lógica similar para titular este texto que aquí presento, a saber: ¿querer un no hijo?. Se me hace que el mismo abre un horizonte en el cual hijo aparece como el señuelo de otros deseos de los cuales el sujeto prefiere no tomar conocimiento. Por ejemplo, querer un no hijo bien puede significar desear un embarazo más no un hijo. Por la razón que sea: para competir con una amiga, para demostrarle a tal o cual que la persona es capaz de gestar; porque no sabemos qué hacer y entonces bueno: tengamos un niño; porque quiero saber si él o ella me quiere (tal como hace días dijo una paciente en su análisis); porque un niño o niña puede hacer que nos llevemos mejor y un largo etcétera cuya trama y densidad se despliega de acuerdo a la singularidad de cada quien, en esta época donde –ciencia mediante- un niño o niña se sirven a la carta.
Me gustaría considerar que este hijo -imposible para el lenguaje- ocupa el lugar de residuo, objeto caído de la cama de los padres (objeto a), por más que el niño en cuestión provenga de una probeta cuyo producto se implanta en una madre gestadora contratada por una pareja de dos hombres. De allí que el matema del objeto en psicoanálisis se escriba a/menos phi. Es decir, el objeto (el niño) sobre el brillo fálico que lo sexualiza, sin llegar a cubrirlo totalmente, tal como la angustia nos lo anoticia a lo largo de la existencia. No por nada, dice Jacques Alain Miller que el objeto a es el falo tachado[2]. Entiendo tal definición como que el objeto a está allí en el lugar donde el lenguaje –la significación fálica- falla. Se trata de un límite interno a la lengua.
A poco que reflexionamos bien valdría preguntarse cuántas familias, parejas o personas tienen tan claro qué desean cuando traen un crío al mundo. Entiendo que es allí donde la operatoria analítica encuentra su zona de intervención, para que un sujeto esté en condiciones de decidir si quiere lo que desea que, desde ya, bien puede diferir de medio a medio respecto a la verdad de los dichos como correspondencia entre las palabras y las cosas.
Es allí donde me gustaría introducir una frase que en el último tiempo ha cobrado una inusitada popularidad en virtud del éxito logrado por la serie que la lleva como título: Gambito de Dama. Esa movida de ajedrez que, según la leyenda, le permite a Beth –la protagonista- obtener el campeonato mundial del juego ciencia. Pero Beth despliega –para su bien y para su mal- su Gambito de Dama a lo largo y ancho de su vida, inevitablemente femenina, su modo de intervenir pone patas para arriba todo tablero en el que le toque actuar.
Ahora bien, no por casualidad, en el texto “Sobre el inicio del tratamiento” Freud se sirve del juego de ajedrez con el fin de ilustrar la importancia del inicio y el final de la partida. Incluso en la tercera o cuarta línea del texto aparece la palabra Gambito. Bien, lo cierto es que Gambito de Dama surge como una buena manera de abordar la maniobra de apertura con la que la intervención analítica se planta frente a la pregunta ¿Querer un hijo? para así, por ejemplo, transformarla en un ¿Querer un no hijo? y, de esta manera, driblearle a la neurosis el resquicio que la contingencia pueda reservarle al deseo.
A mi entender, Lacan va muy lejos con esto, tanto que pareciera sorprenderse él mismo cuando enuncia nada menos que una mujer puede tener un hijo con el analista. Claro, no porque quien aporte el material genésico sea el practicante, sino por actuar en tanto causa que allí opera para que advenga ese deseo, cuestión que dicho sea de paso introduce el tema del Padre y con él la relación entre Padre y mujer (o Dama para seguir con la serie). Lo cierto es que el Gambito del analista puede llegar muy lejos. Vayamos al texto:
“Tengo la sensación de entrar en un terreno peligroso, pero tanto peor (…) Si hay una pregunta que el análisis podría plantearse, es precisamente ésta. ¿Por qué en un psicoanálisis, no sería –de vez en cuando se tiene esta sospecha- el psicoanalista el padre real? Aunque no haya sido él en absoluto quien lo ha hecho, ahí, en el terreno espermatozóidico. A veces se tiene esta sospecha si una paciente acaba siendo madre, cuando eso ocurre a propósito de su relación con, digámoslo así para ser púdicos, la situación analítica”. Y para terminar de inquietarnos definitivamente remata con esta reflexión: “Nos damos cuenta igualmente, porque esto ensancha nuestras ideas, de que no es necesario tomar esa referencia del análisis, que he tomado como la más candente, para que se plantee la misma pregunta. Una muy bien puede darle un hijo a su marido y que sea hijo de otro cualquiera, precisamente de quien ella hubiera querido que fuese el padre, aunque no haya jodido con él. De todas formas, si han tenido un hijo ha sido por esta causa.”[3]
Lo que aparece en el horizonte es la figura del Padre Real que Lacan pone a cuenta del lenguaje, de manera que –por si fuera necesario aclararlo – poco le resta a la anatomía en estas lides. Bien se encarga de afirmar que este Padre real es imposible y es allí donde el encuentro entre Padre y mujer me resulta más provechoso a propósito de la función de residuo con que el lugar de la familia es abordado en sus Dos notas sobre el niño: en el lugar de la bienvenida falla del Nombre del Padre.
En este imposible Padre y mujer se encuentran en un puñado de significantes cuya particularidad alberga un interés libidinal que, según las circunstancias, puede proveer una salida deseante o un oscuro abismo. No por nada la poeta Alejandra Pizarnik se pregunta: “¿Cómo se llama el nombre?” [4] y con ello deja expuesta la inconsistencia del lenguaje –o del falo si así se quiere- para responder por nuestra causa última y definitiva: Gambito de Alejandra.
Fotografía : ©Poppe Véronique : www.veroniquepoppe.com & Rolet Christian : www.christianrolet.com
[1] Jacques-Alain Miller, “Donc”, Buenos Aires, Paidós, 2011, p. 338.
[2] Jacques-Alain Miller, “ Los signos del goce”, Buenos Aires, Paidós, 1998, p. 190
[3] Jacques Lacan: “Más allá del complejo de Edipo. VIII Del Mito a la estructura”, en El Seminario, Libro 17, El reverso del psicoanálisis, op. cit., pp. 134-135.
[4] La poeta a la que se hace referencia es Alejandra Pizarnik. El verso citado se encuentra en: Alejandra Pizarnik: “Un Otoño antiguo. Extracción de la piedra de la locura” (1968), en Obras Completas, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1999, p. 130.