Volver a leer la «Nota sobre el padre»[1] para la ocasión me detuvo en la expresión «evaporación del padre» que Lacan utiliza en esta intervención. ¿Por qué usa este término para referirse al fenómeno de declive propio de la época? Aún más, allí dice que su cicatriz –la de la evaporación– es la segregación.
Por otra parte, está la pregunta que Hélène Bonnaud[2] hace al inicio de su texto de presentación en la que, parafraseando a Lacan, pregunta si el deseo de hijo puede prescindir de pasar por el Nombre-del-Padre o tiene que pasar por él necesariamente. Pongamos en relación la pregunta con el fenómeno de evaporación del padre y la segregación.
La evaporación es un proceso físico, lento y gradual, de pasaje de un estado a otro. El término «evaporación» acentúa la idea de transformación. Si la evaporación del padre deja una cicatriz, lo que se produce en ese pasaje es una transformación en la relación de lo imaginario con lo simbólico, de lo que resulta la segregación como marca. En definitiva, el fenómeno de la segregación positiviza el vacío que deja dicha evaporación, sería algo así como su relevo. Se podría decir entonces que el declive del padre empuja al parlêtre hacia el campo del goce más que a establecer un arreglo con su deseo a través de la ley.
Ante esta hipótesis surgen preguntas tales como: ¿progenitor, padre, tener un hijo, comparten una misma lógica? ¿El término parentalidad no se inscribiría también del lado de la consecuencia? ¿Que un hombre acepte como hijo un niño concebido en un encuentro sexual, más o menos ocasional, implica un deseo de hijo? ¿Que una mujer diga «quería tener un hijo» implica necesariamente que quisiera ser la madre? La actualidad no lo constata.
En las instituciones donde atienden los padecimientos en la primera infancia, hoy en día abundan casos de niños muy pequeños que, aun viviendo en la casa familiar, su posición refleja más bien desamparo.
Un hombre joven paga el precio de asumir una paternidad a cambio de sostener el lazo con una mujer que lo aloja en su casa. Es el progenitor, aunque nunca se lo había propuesto. Ella, desesperada por mantener la relación, suplica ser deseada. Él, desinteresado, ahora soporta una amenaza de cárcel por violencia a raíz de una denuncia que realizara un tercero. El departamento del Menor solicita intervención a la institución de atención precoz pertinente y la consecuente atención del niño.
El niño tiene menos de dos años. La madre había llegado a lo que consideraba el límite de la edad biológica para procrear. El padre tiene una hija con otra mujer. Este hombre es expulsado de la casa de la actual pareja, a la espera de juicio. Desde los primeros encuentros, el único padre que es nombrado, es el de la mujer. El hombre solo habla de su propia madre, quien lo protege y alberga cada vez que tiene que abandonar la casa de turno. La madre del niño cifra su desdicha y su insatisfacción en el momento que su padre murió, cuando ella tenía 9 años. Acusa a su propia madre de querer robarle su hijo, pero a la vez le exige que sea quien se ocupe del niño para que ella pueda «hacer sus cosas», expresión usada en referencia a lo concerniente a la preparación y realización de encuentros sexuales/amorosos.
El acoger al niño en un programa de atención, la intervención de otras instituciones educativas y asistenciales, junto con la no convalidación de la denuncia por parte de ella, tuvieron el efecto de acentuar más las posiciones, quedando al descubierto el empuje a gozar que propició el encuentro entre los ahora progenitores.
Hay un hijo, por lo que cabría la pregunta por el deseo. Sin embargo, vemos que en este caso la operación del N-del-P sobre DM no ha operado. La imposibilidad de negativización del goce impide que el niño funcione como condensador de goce, de lo que se desprende que, en la operación de percusión del cuerpo por el lenguaje, ha fracasado el anudamiento y, por lo tanto, el establecimiento del lazo entre Uno y Otro.
La escasa consistencia del significante del N-del-P, digamos su evaporación, ha dejado sin barreras el campo del goce. Nada representa para este hombre la condición de acceso a convertirse en padre. De momento, solo intenta suturar eso que llamamos evaporación a través de repetir, una y otra vez, la misma operación, sin lograrlo. Suturar es poner en arreglo dos registros, al igual que la cicatriz.
La segregación, entonces, queda ubicada en el centro determinando las condiciones de goce. Recordemos que el germen de toda segregación está en aquello que se desconoce del propio goce y cuando algo de eso retorna del Otro, es el goce propio lo que sorprende al parlêtre, provocando un rechazo radical.
Un apunte más, el niño lleva el apellido (Nom) del abuelo materno. Ella lo propone para que «no se pierda». Él dio su consentimiento aprobando que su apellido fuese en segundo lugar. La función de residuo que tiene la familia, dice Lacan[3], está ligada a la transmisión de un Nombre. Éric Laurent lo comenta: «El niño se constituye como un sujeto en una referencia al nombre de un deseo que no debe estar sin nombre»[4].
Fotografía: ©Dominique Sonnet – https://www.dominiquesonnet.be/
[1] Lacan J., «Nota sobre el Padre» (1968), El psicoanálisis, no 29, Madrid, 2016.
[2] Bonnaud H., «¿Nombre-del-Padre?», publicado el 29 enero 2021 en PIPOL 10, disponible en pipol10.pipolcongres.eu/es/2021/01/20/nombre-del-padre-por-helene-bonnaud/
[3] Lacan J., «Nota sobre el niño», Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012.
[4] Laurent É., «La familia moderna», Registros, Tomo amarillo, Año 4, p. 26-27.