“Al principio no está el origen, al principio está el lugar” [1] afirma Lacan haciendo resonar las palabras del Génesis e indicando la necesidad de apoyarse en la topología cuando exploramos el “misterio de la encarnación” del ser en la palabra. Años después, su enunciado ¡Fiat trou! [2] traduce la verdad topológica del enunciado bíblico ¡Fiat Lux!
Habitualmente ese hueco se cubre por el orden de sucesión, aunque nada explica, dice Lacan, “el hecho de la individuación, el hecho de que un ser sale de un ser”; la procreación, en su raíz esencial, es decir, “que un ser nazca de otro, escapa a la trama simbólica.” [3] La criatura no engendra la criatura, añade, es impensable sin un acto de creación, sin un acontecimiento del decir -“Je”- y en eso se distingue de una mera emergencia.
A partir de los desarrollos de Eric Laurent y de Jean Claude Maleval podemos valorar la importancia de la ficción de auto-engendramiento de Joey, un caso paradigmático de autismo que ilustra la forclusión del agujero y la construcción de un borde a través del “cuerpo-máquina.” Sin el apoyo en la función del Otro que posibilita el acceso a la subjetivación del cuerpo, sentía, al ir al retrete, que “la tierra se movía.” Se ponía furioso cuando intentaban tranquilizarlo diciéndole que su cuerpo era excelente, “mi cerebro no funciona bien”, decía, “es preciso sacar [de él] una pieza”, a la vez que justificaba la necesidad de un neo-borde: “hay personas vivas y otras que necesitan bombillas.” [4]
En el libro se recogen algunas de sus producciones, el cuerpo-tubo, los cuerpos-cables, dinosaurios con excrementos saliendo del cuerpo. A través de ese trabajo de nominación, en un mundo invadido por las heces surgieron pozos de petróleo y surtidores, ampliándose la serie de significantes y, merced a la metonimia, el objeto anal pudo desplazarse fuera del cuerpo. Bettelheim anota: “…como nos mostrábamos interesados y aceptábamos sus fantasías sin querer inmiscuirnos en sus cosas, empezó, poco a poco, a incluirnos.” [5]
El “juego del rastro” marcaría un avance sustancial. El día de Pascua los niños seguían los rastros pintados de un conejo hasta los regalos. Joey incorporó este elemento -la huella- en sus circuitos, que pasaron a ser “la mejor oportunidad para establecer contacto con él.” Usaba barro, papel sucio como una escritura de su paso y gracias a que participaban con agrado en su juego, que “se volvió limpio”, empezó a hablar a su educadora. Después vino la elaboración de “sistemas de desagüe y alcantarillado”, mostraba un vivo interés por todas las aberturas, y luego por sus semejantes.
Al final del primer año de estancia en la institución sufrió un grave pasaje al acto que fue interpretado como un intento de suicidio; Joey pedía que le dejaran hacerse daño, asegurando no sentir nada en la cicatriz. “Le aseguramos que haríamos siempre todo lo que pudiéramos para ocuparnos de él e impedir esos accidentes y que estábamos tristes porque aquel hubiese ocurrido.” [6] El niño pudo decir entonces “…las cosas de la persona pequeña estaban por todas partes y yo estaba alborotando, como un salvaje y un maleducado y pasé por la ventana (…) la persona pequeña, mis padres la han tenido hace mucho tiempo.” [7] Así se esclarecía que el pasaje al acto había sido motivado por el rechazo de su hermana debido a una vivencia de intrusión, inaugurándose la conquista de una identidad “transitiva”: un compañero tres años mayor, Kenrad (ken +rad: lámpara). Funcionó a la manera de un “dios despótico” durante meses durante los cuales Joey mostró un comportamiento desorbitado e infantil hasta el día en que se enrolló en una manta y empezó a acunarse.
Vivió varios meses en la ficción del bebé Papoose (que significa bebé entre los indios de Norteamérica). Se dibujó como un papoose eléctrico: Papoose de Connect I cut: Una persona dentro de una lámpara de cristal, conectada y al mismo tiempo separada. Luego les añadió estructuras llamadas “vagones hennigan”, aludiendo al coche de niño en el que deseaba ser paseado. Bettelheim deduce que este significante remite a hen-I-can: “gallina-yo-puedo” notando que, indefectiblemente, él lo conducía.
Ante su inquietud por ese nacimiento “electrónico” las educadoras le habían preguntado si no sería mejor nacer de una gallina, por lo menos, es un ser vivo. Tal intervención puede estar en el origen de la ficción de autoengendramiento: “Me he puesto un huevo, he hecho eclosión y me he dado nacimiento.”
Más tarde incluyó otro personaje, un doble especular llamado Vanus: “salimos de la cáscara a picotazos, no éramos hermanos siameses, pero nos parecíamos mucho.” En esa época manifestaba una preferencia clara por la sinfonía del Nuevo Mundo, un mundo donde Joey encontraría su lugar al descongelarse su palabra.
Fotografía: Kervyn Emmanuel: http://emmanuelkervyn.canalblog.com/
[1] J. Lacan, Mi enseñanza, Paidós. Buenos Aires.2008. p. 14.
[2] Intraducible al español. El término trou (agujero) permite en francés un juego homofónico con Lux (luz).
[3] J. Lacan, Seminario III Las psicosis. Paidós. Buenos Aires. 1984. p. 256.
[4] B. Bettelheim, La fortaleza vacía. Laia Edit. Barcelona. 1977. p. 322.
[5] Ibíd., p. 362.
[6] Ibíd.
[7] Ibíd., p.363.