Hebdo-Blog[1]: Jean Reboul, a fines de 2018, usted hace aparecer en las ediciones Érès un libro titulado Sobre la clínica de la infertilidad a la cita con el deseo[2]. Nuestro colega de la ECF, Agustin Ménard, comienza así su prefacio: “este libro está, ante todo, destinado a transmitir una experiencia original que, a partir de su singularidad, abre perspectivas válidas para muchos”[3]. Desde hace más de cuatro décadas, usted ha publicado una docena de obras sobre esta cuestión, ha redactado y montado múltiples obras de teatro, ha realizado dos o tres películas (de las cuales una con Marie-José Nat). Así que, ¿por qué este ultimo libro?
Jean Reboul: Este libro no es el último, como usted sabrá, escribir para mí es un síntoma incurable… un libro terminado es un escrito apaciguado. La sorpresa ha expirado. Lo inesperado pertenece al que aceptará su encuentro… De la clínica de la infertilidad a la cita con el deseo es un giro en mi práctica… Un retorno sobre una larga experiencia clínica, sobre mis trabajos anteriores. Conlleva otro sentido, testimonia de una apertura, también de un esfuerzo por conseguir ceñir cada vez más un real encontrado muy pronto en mi práctica como un imposible. Usted evoca la diversidad de mi abordaje clínico y de los medios de transmisión utilizados… Efectivamente, estos son testimonio de mi inquietud por explorar todas las posibilidades para dar cuenta de un irreductible donde se sitúa un punto de real que escapa a la ciencia.
H.-B.: Ginecólogo, consultor en el hospital, antiguo director médico, doctor en biología, su práctica del psicoanálisis le permite formar una hipótesis que repercute en un cierto numero de propuestas fundamentales. Esta hipótesis es clara y simple: la ciencia al querer explicarlo todo, no explica todo. Siguiendo el curso de esta voluntad, cuestionando su pretensión hegemónica – y ciertamente no el beneficio que supone por sí misma – vemos de qué manera destruye las singularidades. Su primera propuesta es la siguiente: en el momento en que su formidable tecnología falla, la medicina puede dar origen a una dolorosa sintomatización de insatisfacción que, mediante su resonancia en el cuerpo, provoca una forma paradójica de goce de infertilidad. Este se convierte en un “obstáculo”[4] para el deseo de niño en cuanto tal. ¿Podría desarrollar un poco esto?
J.R.: Con esto usted evoca un punto fundamental de mi experiencia clínica. Es cierto, el goce tiene efectos destructores en el impulso de vida, al proporcionar la ilusión de que todo es posible… la posición de fallo se expresa en una mujer, en la situación de infertilidad, cuando el goce prima sobre el deseo. Los casos clínicos hoy, como ayer, me enseñan todos los días en su singularidad. Algunos que – en el libro – califico de atemporales por la modernidad que expresan, siempre me sorprenden cuando los evoco… la impotencia no es lo imposible…y la ilusión del todo colma el lecho del deseo de niño. Ella lo obstaculiza al matar el deseo mismo…y eclosiona el goce.
H.-B.: Una palabra vuelve, casi en cada capitulo y a veces muchas veces: la de misterio. En dos o tres ocasiones, usted incluso evoca el misterio de la encarnación. Seguramente quiere hablar del limite de nuestros conocimientos en lo que concierne a la fecundación. Lacan pudo prevenir a sus discípulos sobre lo que él nombraba una mistagogia del no-saber. Entonces, una pregunta: ¿usted explota este vocabulario intencionadamente? ¿lo hace para oponerse a «los excesos del discurso de la ciencia que nos alejan de la fecundidad”[5]?
J.R.: Usted se refiere a los limites de nuestros conocimientos, desde luego, por lo que concierne a la fecundación. Cuando se trata del comienzo, usted se ha dado cuenta que prefiero hablar más de la procreación, del enigma del origen. La procreación también hace referencia a la muerte. Y las etapas más sutiles de la representación de las imágenes que nos ofrecen las biotecnologías no abren la puerta secreta del enigma del comienzo, el cual se cierra en un fantasma de omnipotencia. Por cierto, una mujer nunca se alivia con la representación de estas imágenes histológicas que atrapan solo un instante del advenimiento de la vida. Desde luego, no se trata de una mistagogia del no-saber, sino de este tope sobre el no-saber y sobre lo que Lacan nombró “la opacidad sexual”. Me gustó mucho cuando, ante mi repetición del enigma, usted evocó que entendía lo que éste conlleva en su función, que intento proteger, de hecho, “manteniéndolo en el campo de la palabra, dándole todo su rol”. El enigma conlleva la caída del sentido como causa posible de este tiempo singular del cual el sujeto se queja, en este caso, la infertilidad. Este es un encuentro con lo desconocido “en su decisión operatoria”.
H.-B.: Usted reproduce esta replica increíble de uno de sus colegas – eminente, como se suele decir, en una especie de antífrasis – que un día en pleno congreso le lanzó: “tenemos hoy en día algo más fuerte que el deseo”[6]. A través de una gran cantidad de relatos clínicos, usted responde y demuestra “que hoy en día es la saturación de la falta por todos los medios lo que agrega los síntomas que hacen signo [de un] rechazo inconsciente”[7]. Todavía da clases en la Facultad de medicina ¿constituye esto el resorte principal de su actividad de transmisión?
J.R.: Pues, quizás aún más que con los libros anteriores, en el transcurso de su redacción, escuché con mayor insistencia mi deseo de compartir con el mundo médico. Ya en 2012 mi proyecto de un diploma universitario en la facultad de medicina de Montpellier pudo realizarse con el acuerdo del Decano Bringer, hoy Decano Mongin, y con el apoyo del Profesor Pierre Marès. En el terreno mismo del saber, es importante descubrir, cada uno desde su lugar, que una elaboración puramente objetivante deja siempre escapar la vida. Y que el deseo del médico debe estar iluminado por el deseo del analista. Las intervenciones clínicas que me gusta privilegiar en esta transmisión – como lo recuerda A. Ménard en su prefacio – evocan con interés los aportes de la técnica y nos hablan del sujeto del deseo, del cuerpo hablado, del cuerpo hablante y del cuerpo gozante. El año pasado “la cuestión del sujeto a la hora de las neurociencias” suscitó intercambios apasionantes con los neurocientíficos más advertidos que abrieron, ellos también, el espacio incontrolable del sujeto. Este año evocaremos en nuestros pacientes, pero también en el clínico confrontado a su deseo de curar, el real del síntoma y su función de goce.
H.-B.: Usted escribe “no hay niño sin la función del padre que lleve el lenguaje”[8]. ¿No es más bien lo contrario lo que ilustra nuestra actualidad? ¿o esto es considerando que la función paterna subsume todas aquellas del lenguaje?
J.R.: No se trata de salvar al padre en el sentido freudiano. La pluralización de los Nombres-del-Padre por parte de Lacan demuestra numerosas variaciones de anudamientos sintomáticos más allá de la única función del Nombre-del-Padre. La desubjetivación del humano traduce en muchos casos, lo reconozco, la llegada de niños fuera del campo simbólico. A pesar de una evidencia probable, pienso que debe ser considerado el caso por caso, ya que puede desvelar lo intimo de un deseo. La clínica nos ofrece a veces lo inesperado de un padre muerto, todavía vivo: el amor de un padre realizado. Por supuesto, fuera de la metáfora paterna, ciertos casos clínicos en este libro evocan, para las neurosis, el lugar del Nombre-del-Padre. Pero funciona diferente, en efecto, para aquellos que están fuera del campo del Edipo.
H.-B.: Uno de sus capítulos tiene como título: Triunfo de lo humano. Una reivindicación humanista es explícita en su libro. No obstante, no refleja ni los más mínimos intereses de lo que usted sostiene y que se inspira fielmente de lo que, en los primeros años de su enseñanza, Lacan recuerda: la descentralización del sujeto mediante la invención freudiana del inconsciente no hace tan operante un retorno a la tradición humanista. Cuando usted avanza que “conviene proteger […] el enigma de la vida […] que escapa a nuestras representaciones”[9], ¿no piensa, más bien, que es una manera audaz de sostener que es necesario mantenerla en el campo de la palabra y del lenguaje, por el elemental motivo que solo en este campo pueden ceñirse, para cada uno, las condiciones de su singularidad?
J.R.: Por supuesto. El enigma de la vida solo puede ser ceñido por medio del lenguaje. Permítame evocar un caso clínico contenido en este libro. Y que usted suele nombrar la imposible elección como causa del deseo. Una mujer infértil, después de un tratamiento, le anuncia a su terapeuta una sorpresa insuperable cuando se entera que ella espera a dos niños. El médico le propone eliminar uno. Cuando la conozco, la primera palabra que me viene es: ¿cuál? Su rápida decisión, expresada a través de su cuerpo aliviado, permite escuchar que los dos niños encarnan su división y que no es el caso de separarse. Así, ella hace signo de la orientación analítica en su búsqueda. Recordándome que la palabra permite a cada quien, en su singularidad, estar más cerca de lo indecible, pero que todavía falta que el uso del lenguaje, por la interpretación que nos provee el equivoco de la palabra, tenga una resonancia en el cuerpo como lugar del Otro…
H.-B.: Usted cita a su colega – y, creo, su amigo – el Profesor René Frydman: “lo que proponemos es aumentar la libertad de las mujeres, no de inventarles nuevas imposiciones”[10]. ¿Es una ambición como aquella que da cuenta de lo que usted denomina las citas del deseo?
J.R.: Con esto, usted toca lo que evocaba anteriormente de la transmisión en el campo médico mediante el recurso del Diploma Universitario. Las citas del deseo, este lugar sin lugar, concierne tanto a los pacientes como al cuestionamiento del deseo de curar del médico que permite al otro una libertad más grande.
H.-B.: En dos oportunidades, usted dice mucho sobre su implicación personal y sobre el análisis de las razones inconscientes que probablemente han motivado su práctica. Para empezar, en su primer capítulo, cuando relata el encuentro con esta paciente que le ha permitido a usted aceptar el haber sido superado por su acto. Luego, en el capítulo titulado “Presencia”, usted evoca – de una manera muy auténtica, admirable para nosotros – un recuerdo-pantalla analizado en su propia cura. En su largo y obstinado recurso al psicoanálisis, ¿es uno de los granitos de arena que usted aporta a la cantera permanente de nuestra causa freudiana, al recordar lo que Lacan enseñaba: el deseo del analista no es un deseo puro?
J.R.: El deseo del analista no es un deseo puro…
Gracias por haber evocado el capítulo, Presencia, esencial para mí mismo. No se trata de un ejemplo, sino de una experiencia que habla, en este libro, de hacia donde mi análisis me condujo. Permitiéndome escuchar mejor el deseo del otro.
Dejo a su apreciación y a la de mis lectores la tarea de escuchar si “en mi largo y obstinado recurso al psicoanálisis”, aporto mi granito de arena a la cantera permanente de nuestra causa freudiana, al recordar lo que Lacan enseñaba…
Tradución : Guilhermina Laferrara
Revisión : Donato Bencivenga
Fotografía: ©Reddman Frédéric : www.instagram.com/frederic_reddmann/
[1] Articulo anteriormente publicado en L’Hebdo-Blog n°170 el 2 de mayo de 2019.
[2] Reboul J., De la clinique de l’infertilité aux rendez-vous du désir, Toulouse, Érès, 2018.
[3] Ménard A., “Prefacio”, en Reboul J., De la clinique de l’infertilité aux rendez-vous du désir, op. cit.
[4] Reboul J., De la clinique de l’infertilité aux rendez-vous du désir, op. cit. p. 22.
[5] Ibid., p. 67.
[6] Ibid., p. 30.
[7] Ibid.
[8] Ibid., p. 49.
[9] Ibid., p. 66.
[10] Ibid., p. 26.