En 1916 Freud escribe su texto «Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal», que publica en 1917. Toma como punto de partida el hecho de que «en las producciones de lo inconsciente […] los conceptos de caca (dinero, regalo), hijo y pene se distinguen con dificultad y fácilmente son permutados entre sí.»[1] De ello deduce tres posiciones femeninas. La primera en la que «no es raro toparse con el deseo reprimido de poseer un pene como el varón»[2]; la segunda en la que el lugar del deseo de pene «está ocupado por el deseo del hijo, cuya frustración en su vida puede desencadenar la neurosis»[3]; la tercera posición en la que «ambos deseos estuvieron presentes en la infancia y se relevaron el uno al otro.»[4] En el primer caso, el del deseo del pene, cuando las condiciones de la neurosis están ausentes, se muda entonces en «deseo del varón […] como un apéndice del pene.»[5] Un caso clínico inaugura el texto antes citado de Freud, «una experiencia analítica de particular fuerza probatoria»[6], se trata de una paciente que le llevará a plantear la existencia de una organización pregenital que combina sadismo y erotismo anal. En la segunda tópica, Freud describe esta organización como una «disociación de pulsiones [cuya consecuencia es] la supremacía de la pulsión de muerte»[7]. Freud construye un grafo[8] a partir de las tres posiciones; nuestro interés se centra en «que el hijo puede concebirse como prueba de amor, como regalo»[9], cuando està cargado libidinalmente de modo erótico-anal.
Esta paciente de Freud, la señora H.[10], aparece en varios textos, «La disposición a la neurosis obsesiva»[11] es el texto canónico. Enviada por Jung, Freud la recibe a principios de noviembre de 1908. En mayo de 1911, Freud le comunica a Jung su escepticismo sobre el resultado del tratamiento de este caso grave, «tal vez incurable»[12]. Efectivamente, siguiendo la interpretación de Freud, transcrita en una carta a Ferenczi de enero de 1911[13], en la que indica que tenía pulsiones de muerte hacia su marido, la paciente se dirigió repentinamente a Oskar Pfister para continuar su tratamiento, pero no sin que Freud acompañara este acting-out, permaneciendo en estrecho contacto con su colega. La señora H. volverá. Freud tomara en cuenta entonces la reacción terapéutica negativa de la paciente a la palabra interpretativa, y continúa el tratamiento utilizando la palabra-don, «don simbólico de la palabra»[14] como describe Jacques Lacan en relación con las primeras entrevistas de Freud con el hombre de las ratas. Mientras tanto, otro comportamiento sintomático había surgido, el de hacerse vigilar las 24 horas del día por una enfermera.
El derrumbe
Tras varios años de matrimonio, cuando la mujer tenía 27 años, la pareja quiere tener un hijo, pero el marido le dice que no puede engendrar debido a una epididimitis recientemente diagnosticada. La señora H. se rompe a llorar . Y entonces aparece una conducta sintomática que consiste en coger y juntar (anstecken) con alfileres sus vestidos a las sábanas de su cama y encerrarse en ellas. En el equívoco de esta palabra con Ansteckung, Freud identifica el significante infección en acción. Este derrumbe, producido varios años antes de que ella acudiera a él, la había llevado a realizar primero curas termales. También se presentaron otros dos síntomas: el miedo a haber atropellado a un niño cuando conducía el coche, y el miedo a encontrar astillas de vidrio en la comida.
En aquella época, no se podía recurrir a la ciencia para encontrar ayuda en la procreación. La señora H. consulta a una vidente que le predice que con la misma edad que su madre tendrá dos hijos. La satisfacción obtenida se mantuvo viva durante mucho tiempo y éso sorprendió a Freud. Lacan anota : «Cada vez que Freud señala un hecho de telepatía, […] la predicción no se realiza de ninguna manera […], sin embargo […] deja al sujeto en un estado de satisfacción absolutamente radiante.»[15]
La reputación del psicoanálisis va ganando terreno en las instituciones psiquiátricas alemanas, y también en la de Freud, conducirán años más tarde a la señora H. a la transferencia y al deseo de llevar a cabo un tratamiento. Freud relaciona esta modalidad de transferencia con los «intentos de castigo de ella»[16]. La enfermera de la clínica Bellevue señala que: «lo que parece que le atrajo más que nada del psicoanálisis, era que todo estaba relacionado con el periodo infantil, podía así quitar toda la responsabilidad de su enfermedad a su marido y a sus padres»[17]. Freud la atenderá durante seis años. En las sesiones muestra una culpabilidad muy grande, extendiendo sus autorreproches a hechos de la infancia: una mentira[18], una desafortunada distracción cuando dejara caer a su hermana menor a la que estaba cuidando[19]. Este delirio de indignidad, signo de una posición melancólica, se acompaña de síntomas graves. El historial clínico muestra un ceremonial de limpieza que invade la vida de la paciente y que moviliza constantemente a las enfermeras, así también como síntomas hipocondríacos. Cuatro fueron las estadías que la señora H. efectuó en la clínica de Bellevue; su última residencia fue un hotel, acompañada por su enfermera.
Dar para ser
La hipótesis de Freud en 1916 sobre el niño como objeto erótico-anal debe pues reinterpretarse a partir de sus propios avances en la segunda tópica y a partir de las observaciones que aparecen en su correspondencia. En una carta a Binswanger, identifica precisamente la posición psicótica de la señora H.: «es también una hija que quiere ayudar a su padre como Juana de Arco.» Esto fué lo que llevó a la joven a casarse con un primo mucho mayor que ella, pero rico, y éso le permitía mantener a su familia, y a su padre, que no dejaba de fracasar en sus negocios. En esta serie, ayudar a su marido a ser padre podría ser su posición inconsciente. Aquí, como escribe Hubertus Tellenbach sobre el melancólico, «[l]a relación con los demás tiene lugar a través de las realizaciones, de los rendimientos. […] Le sublevaría la idea de que su mera existencia pueda hacer felices o incluso hacerles sentirse agradecidos a los demás.» Un dar(se) al/para el otro que viene a compensar lo que Lacan indica del «yo [que] se encuentra en esta posición de ser rechazado, por el Ideal del yo». De modo que podemos considerar màs precisamente esta otra intervención de Freud cuando : la anima a recoger el sueño de su enfermera de guardia, que se había quedado dormida sin querer, y retoma su análisis en el texto titulado «Un sueño como pieza probatoria». Esta enfermera de guardia, que había prometido al marido que iba a velarla las 24 horas del día «como si se tratara de una niña», le contó inocentemente un sueño, revelando así que se había quedado dormida a pesar de que lo negase . De esta forma, Freud coloca al paciente en la posición de ayudarle, y de ayudar al psicoanálisis.
Cuál es la ganancia subjetiva del tratamiento?
Cuando la señora H. ingresa en la clínica de Binswanger en 1916, declara a las enfermeras que su culpabilidad había disminuído y que dependía del destino como todo el mundo, «[l]a última concesión que hiciera a Freud fue que no buscaría la culpa en sí misma, sino del lado del destino»[20], es decir, de una ley que le era heterónoma y que reduce su responsabilidad. Esto no pudo ser sin la persistencia de síntomas incapacitantes, que como lo muestra su historial médico, requerirían asistencia médica hasta el final de su vida. La señora H. siguió en contacto epistolar con Freud, a través de Binswanger, hasta su muerte que ocurrió en abril de 1938.
Traducción: Pilar Altinier
Revisión: Adela Bande-Alcantud
Fotografía : ©Hensmans Catho : www.cathohensmans.org
[1] Freud, S., «Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal», en Obras Completas, Tomo XVII. Buenos Aires, Amorrortu Editores, p. 118.
[2] Ibid, p. 119.
[3] Ibid.
[4] Ibid.
[5] Ibid.
[6] Ibid., p. 117.
[7] Freud, S., «El yo y el ello», en Obras Completas, Tomo XIX. Buenos Aires, Amorrortu Editores, p. 43.
[8] Freud, S., «Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal», op. cit., p. 122.
[9] Ibid., p. 123.
[10] Corresponde a la señora C. en la correspondencia con Jung, a la señora Gi en la de Binswanger, a la señora A. en la de Abraham y a la señora H. en la de Pfister. En la correspondencia con Ferenczi, aparece como «una señora de treinta y siete años». Cf. René Fiori, « Une femme mélancolique : la sixième analyse de Freud », nota 15, en La Cause Freudienne, n° 69.
[11] Freud, S., «La disposición a la neurosis obsesiva», en Obras Completas, Tomo XII. Buenos Aires, Amorrortu Editores.
[12] Freud, S., Jung, C. G., Correspondencia, Taurus, Madrid, 1978, cf. carta del 12 de mayo de 1911, p. 486.
[13] Cf. carta del 3 de enero de 1911, (edición en francés) Correspondance Freud-Ferenczi, Paris, Calman-Levy, 1995.
[14] Lacan, J., «Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis», en Escritos 1, Siglo veintiuno editores, 2009, p. 280; cf. Lacan J., «El atolondradicho», Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 515-516 donde esta intervención en el caso del hombre rata se formula como un segundo punto-nudo.
[15] Lacan, J., « Les non-dupes errent », seminario inédito, clase del 20 de noviembre de 1973.
[16] Carta del 8 de noviembre de 1908, en Freud, S., Jung, C. G., op. cit.
[17] Historia clínica de Elfriede Hirschfeld, consultable en los archivos Binswanger, Tübingen, Alemania.
[18] Cf. Freud, S., «Dos mentiras infantiles», en Obras Completas, Tomo XII, op. cit.
[19] Cf. Freud, S., «Psicoanálisis y telepatía», en Obras Completas, Tomo XVIII, Buenos Aires, Amorrortu Editores, p. 177-181.
[20] Cf. segunda estadía, jornada del 29 de noviembre de 1922, en la historia clínica de Elfriede Hirschfeld, consultable en los archivos Binswanger, Tübingen, Alemania.